j.p. medina; escritor

Cecilia y el pulgar arriba (I)

cuento

Hair pins, ilustración de stressedjenny

J.P. Medina

Harta del tedio de esperar con el pulgar arriba Cecilia decidió que lo mejor para todas las partes era descifrar primero el significado de la seña para así después idear una mejor estrategia con la cual proseguir. Una vez que llegó a esta conclusión se sentó al pie del anuncio de cerveza y estiró los tentáculos muy lejos de ella para dedicarse por completo a la figura omnipotente de su dedo, ya moreno, que miraba al cielo.

  Tal vez el ángulo no era el correcto. Pudiera ser que un pulgar mal inclinado fuera igual a la santa cruz puesta de cabeza, símbolo de la blasfemia y la difamación. Sin embargo ¿sería acaso realmente un problema del tipo religioso o era uno de simple física y química? Porque el éxito dependía entonces de la fe del conductor. Si éste era agnóstico del aventón (y considerando que hoy en día hay escépticos para todo), tal vez no iba a salir nunca de ese punto del mapa. En ese caso el pulgar, fuera el ángulo que fuera, no serviría de mucho.

  Pero Cecilia confiaba en que el asunto estuviera más inclinado a la ciencia que al de la religión. Porque la ciencia, aunque kafkiana, está de moda hoy en día. Por supuesto no era el Bosón de Higgs, pero seguramente había algunas ecuaciones en el pizarrón que se podían ir resolviendo sobre la marcha. Había que considerar entonces todas las variables del problema. Formular hipótesis. Justificar la razón de su existencia en dos páginas o menos. Cederle algunos electrones, neutrones y protones. Y, al final, ver que termina siendo todo eso del pulgar arriba.

  No obstante a la joven cecaelia todo esto le abrumaba. Eran tantas cosas que tendría que hacer para probar la posible teoría y había dejado, por error, sus lentes en casa. El plan era viajar ligera y salir de ahí sin pensarlo dos veces lo más ponto posible para evitar el tráfico pesado, sin embargo el tráfico no había dado señales de vida hasta ese momento. Ni cargado ni etéreo. Llevaba rato esperando y nada, ni un solo coche perdido.

  —¡Qué falta de respeto! —pensaba ella, con la grava calándole bajo las ventosas. —¡Que grosería y que irresponsabilidad!

  Pero ni echando todas las pestes del mundo haría que el carnaval de vehículos circulara a golpes y patadas sobre el boulevard. Y las pocas moscas que volaban bajo apenas si reparaban en ella. Cecilia no era más que un espejismo en la cercana carretera.

  Por eso quería saber si la culpa era suya o de los paradigmas, o quizás del consejo de ciencias, o de la vox populi, o de ese maldito Dios Dedo Pulgar que no quería iluminarla con su sagrado velo de verdad.

  Todavía sin soltar el puño o sin aflojar el dedo expiatorio, Cecilia estiró la mano que tenía libre para alcanzar la cartulina que había dejado junto al anuncio derruido. Era muy posible, más no probable, que el epicentro de sus teóricos problemas recayera en una muy mal formulada petición de traslado.

  Entonces sería ciencia. Porque dentro de esta no había espacio para la duda o la suposición sin fundamento. No era creacionismo, sino hermoso darwinismo folklórico. Solo prueba y error que, a la larga, llevaría el experimento a un resultado satisfactorio. Una yuxtaposición de teoremas alfabéticos cuyos denominadores o bases cuadradas estuvieran colocados erróneamente sobre el lienzo. Y es que un sólo número, cuyo valor contradijera la esencia del proyecto mismo, provocaría un conflicto en el resto de la prueba.

  Y Cecilia pensaba en la infinidad de combinaciones posibles. Pensaba en las diferentes preposiciones, sustantivos, verbos y predicados; con una mueca exagerada de física lingüista. Levantó entonces el cartel por lo alto de su cabeza con aquella mano libre y repasó los garabatos que había dibujado unas horas atrás, cuando estuvo lista para la aventura.

  Lo contempló un largo rato porque podría ser también un pasaje bíblico mal traducido. Era su español contra el español de la gran ciudad. Era también una tormenta en la colina que avecinaba guerras santas, cruzadas mortuorias, embravecidos luteranos e inquisiciones llenas de malentendidos.

  Entonces sería religión y sería empezar de nuevo el dilema de las dos piedras sobre cada lado de la balanza.

  Y como aquel que mejor no quiere entrar en controversias, Cecilia decidió que era todavía muy joven y hermosa como para elegir un bando. Siguió sentada dejando el cartel de nuevo en su lugar y descansando el pulgar arriba sobre la fotografía descolorida de una cerveza Pacífico Clara recién destapada. Y pensaba, volviendo a la divergencia, ¿y si fuera acaso algo político el asunto?



Cuento publicado originalmente el 7 de enero del 2022.


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